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domingo, 3 de febrero de 2008

Sin evidencias


Por María Laura Parodi y Karen Jacqueline Luquez (*)

El médico dijo que estaba bien. Lo sacaron de terapia hace un par de horas. Dice que en dos días le dan el alta.

Estoy contenta; pensé que no sobreviviría. El es muy débil, lo conozco bien.

Todo empezó un sábado lúgubre y frío, yo salía del trabajo media hora tarde porque al jefe se le zafó un tornillo y nos hizo quedar.

Javier me había invitado a cenar y yo no quería llegar tarde. Después de todo, venía planeando la cena hace semanas.

Entré a casa, recogí las boletas de luz y gas que habían dejado bajo la puerta, y como siempre, lo primero que hice fue fijarme si tenía mensaje s en el contestador. Tres mensajes. El primero, Paola que quería saber cómo estaba y que vendría el lunes a visitarme. El segundo, de esos que te dicen que te ganaste un auto, pero resulta que lo terminás pagando vos y te cagan. El tercer mensaje me llamó mucho la atención: era una voz ronca y extrañamente familiar, que con un susurro aterrador decía: ...lo logré...finalmente lo hice... jaja...

Quedé un poco preocupada. Casi nunca recibía mensajes equivocados, pero viendo que se me hacía tarde para la cita fui a ducharme y partí. La casa de él quedaba a unas veinte cuadras de la mía, pero como era una noche espléndida decidí ir caminando. Toqué timbre pero algo me inquietaba. No entendía tanto silencio, su casa siempre estaba invadida de música clásica, que le apasionaba tanto.

Después de tres timbres, me di cuenta que algo raro pasaba y empecé a llamarlo a los gritos desde la ventana. Nada, sólo el más absoluto silencio. Entré en estado de desesperación, no podía pensar, estaba paralizada, quería correr pero las piernas no me respondían. Me senté en el cordón de la vereda, hasta que mi mente se aclaró y pude reaccionar.

Fui hacia el patio trasero y probé la puerta fiambrera que daba a la cocina. Para mi alivio estaba abierta. Me precipité hacia el interior de la casa y lo busqué desesperadamente. Lo encontré en el baño, moribundo y con la mirada perdida. Me arrodillé a su lado y vi con horror la gran herida que abrazaba su pecho. Traté de que me diga algo pero había perdido el habla.

Sin duda, un trabajo excelente, sin dejar evidencia. Todo salió como lo había planeado, salí temprano del trabajo sabiendo que demoraría poco más de media hora en lograr mi objetivo. Me dirigí a su casa con el cuchillo en la cartera. No me reconoció: me había cubierto el rostro. Trastabillando hacia el teléfono, con una mano haciendo presión sobre la reciente herida, el muy inútil marcó el número de mi casa. Le asesté un certero golpe en la cabeza y lo llevé con dificultad al baño. El tubo quedó descolgado y en un susurro exclamé ...lo logré...finalmente lo hice... jaja.

Sobrevivió claro, yo no lo quería ver muerto pero le es imposible recordar nada del hecho. A los canas los volví locos, investigaron el caso, y hasta ahora no levantaron la más mínima sospecha sobre mí.

Dos años habían pasado y Cristina tenía brotes sicóticos mas frecuentes. Cuatro intentos de suicidio. La internaron en una clínica mental, donde finalmente consiguió quitarse la vida, no sin antes dejar una carta que la imputaba del crimen de Javier, su ex marido.

(*) Tienen 14 años.

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