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miércoles, 23 de enero de 2008

El final


Por Joaquín Rodríguez (*)

El hombre que estaba escribiendo sobre ese escritorio era un aspirante a escritor de novelas policiales. Había utilizado mucho tiempo en encontrar la trama perfecta, el detective perfecto, la forma de escribirlo con maestría. Su objetivo era ser reconocido a través de los años como el hombre que realizó el mejor cuento policial, ganándole incluso al Sherlock Holmes de Conan Doyle. Y al parecer lo estaba logrando.

Llevaba meses viendo la forma perfecta de escribir ese cuento. Era seguro que ganaría el primer premio del concurso del que iba a participar, sí, el triunfo era seguro y ya lo tenía plasmado en el rostro.

El detective que había creado era de lo más ingenioso. Tenía las dosis perfectas de cada tipo de emoción, incluyendo el amor. ¿Por qué un excelente detective no iba a hacerse un lugar en su
alma para un verdadero amor? Después de todo, si es tan brillante, debería también poder vivir con normalidad como cualquier otro ser humano. Con sentimientos y todo. ¡Sí, estaba yendo por el camino perfecto!

El caso... debería resolverlo él. Que sea difícil. Que los lectores piensen una cosa... que después dé la impresión de ser otra... y que el final sea completamente inesperado. ¡Y ese gran final! Siempre lo tuvo pensado. Un gran secreto que nadie, absolutamente nadie, iba a poder revelar hasta el último párrafo del cuento. Quizá le agregaría un pequeño epílogo explicando un poco más allá, explorando la profundidad del asunto. Porque había gente a la que no le gustaba los finales abruptos. Y como la explicación tampoco iba a ser mucha, iba a dejar satisfecho a todo el que lo leyera. ¡Ay, qué buen cuento, era el mejor de todo el mundo! Era la maravilla, la perfección. Algo nunca antes visto, único e inigualable.

El escritor pensó que había sido acertado no habérselo dicho a nadie más que a su representante. Después de todo, él siempre le había publicado sus cuentos. Nunca uno policial, siempre de magia, de monstruos, infantiles. Era un gran salto el hacer un cuento policial, encima, de esa estirpe... El escritor no podía comprender cómo había surgido eso de su imaginación, se sentía tan orgulloso de sí mismo... así que por eso había hablado con su representante; si bien no lo iba a publicar con él (ya que ese cuento estaba destinado a ganar un concurso), era muy habitual que lo llamase para alardear de su obra, para tener a alguien con quien ensayar sus discursos, o simplemente para hablar consigo mismo, pero teniendo un testigo que oyera sus palabras.

Esta vez el orgullo lo había llevado a contarle todos los detalles de su obra maestra. Todos, a excepción del gran final. Ese sí era un dato que se reservaría. Incluso a su representante lo sorprendería, quizá a él más que nadie, ya que estaba acostumbrado a las “sobrenaturalidades”
de la literatura de su escritor.

¡Era muy gracioso! Haberle contado sobre su arte perfecto a ese hombre tan mediocre... lo único que su representante podía hacer bien era publicarle sus obras. Nada más. Le provocaba risa,
porque incluso era incapaz de escribir sin faltas de ortografía... pero no debía pensar en eso ahora. No. Ya estaba terminando el cuento. Había buscado con su mente las palabras justas con las que largar ese final.

El escritor había empezado a escribir el anteúltimo párrafo, el cual había escrito en su cabeza. Ya era de noche. Estaba tan entusiasmado... quizá por eso no oyó los ruidos en la cerradura de la
puerta de su pequeña casa de campo. Este... sí, eso es lo que tiene que hacer el detective. ¡Es perfecto! Tal vez esa euforia y la concentración no le permipermitieron percibir los pasos que se acercaban lentamente hacia su escritorio, de espaldas a la puerta e iluminado sólo por una lámpara de noche. Así que fue demasiado tarde cuando escuchó el golpe en su lámpara, y vio a su representante enfrente suyo, mientras trataba de concluir ese último párrafo, con unos guantes negros y apuntándole con un arma directamente a la cabeza. Entonces todo se oscureció para el escritor.

¡Es muy bueno escribir en un diario íntimo! Te permite escribir las cosas de la forma que quieras sin que nadie te esté criticando. Como ese asqueroso escritor.

Siempre me trató de menos, era una porquería. Sin embargo, tenía razón en que no puedo hacer nada bien. ¡Por qué no apunté bien! En el pecho le tenía que pegar... pero igual, internado y todo, esa herida es mortal... tiene que ser mortal, si no, estoy perdido. A menos que entre y... pero no, ¡va a morir, tiene que morir! JAJAJA, y cuando muera habrá deseado leer cómo pinté su fin en estas hojitas de diario íntimo. Realmente no puedo parar de reírme. Sin embargo, estoy nervioso. Pero va a morir. Tengo que rogar que así sea, ¡por favor!

Y a pesar de todo, siempre confió en mi, su representante... sin saber que yo me vengaría de todos los años en los que me basureó tan insensiblemente, refregándome por la cara su éxito, haciendo suyo mi sueño de escribir cuentos infantiles... realmente se siente extraño. Mi sueño era escribir cuentos infantiles y ahora...

Será mejor que concluya este cuento que el escritor dejó inconcluso. Maldita sea, sí que es bueno. Pero tendría que haber esperado más para matarlo. Bueno, va a morir, así que el disparo fue como si lo hubiera matado. Al menos tendría que haberme asegurado que terminara de escribir su cuento. Pero bueno, lo hecho, hecho está. Esto está tan bueno que le ponga el final que le ponga, va a ser un éxito igual. Quizá podría concluir con algo así como que el detective es el culpable... ¡qué se yo!

Mmmm... bueno... ya está, creo. Y esto va a llevar mi nombre, qué gracioso. Listo. Ahora me voy a hacerlo entrar en el concurso. ¡Diario, deseame suerte! Voy a ganar. Estoy seguro.

(*) El autor tiene 15 años