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lunes, 4 de febrero de 2008

El diálogo era real


Por Luis Alberto Virgini

El dolor en su hombro izquierdo lo atormentaba como si hubiera sido atravesado por una espada de lado a lado; la sangre brotaba de su nariz como el goteo continuo de una canilla mal cerrada, su rostro deformado por la inflamación y el tabique nasal fracturado completaban su patética situación.

La quemazón se apoderaba de su abdomen y una profusa sudoración fría ahora se añadían a ese inicial dolor en el pecho y el brazo izquierdo que lo terminaron conduciendo a ese oscuro lugar.

¿Por qué no le creyó el guardia cuando suplicando le dijo que lo condujera a la enfermería de la unidad?

Le contestó “a ustedes los conozco cuando buscan pasarla mejor”, y sin medir las consecuencias se abalanzó sobre el mismo.

Ahora estaba allí, hundido en el más profundo de los sufrimientos, castigado y con el dolor en el pecho que a esta altura se hacía insoportable.

Pensaba, ¿qué lo llevó a tener que pasar por esto?. El era un hombre honrado, trabajador, con el empuje y las ganas de progresar que le daban sus treinta y cinco años recién cumplidos y un matrimonio de seis años a pesar de no haber podido tener hijos debido a una enfermedad sufrida en la infancia, paperas, había diagnosticado su médico después de varias consultas impulsadas por su deseo de paternidad.

Los últimos dos años no habían sido los mejores en su relación matrimonial, una sospecha de infidelidad de su esposa lo corroía por dentro ante el cambio de actitudes de ésta, sospecha que la misma le confirmó hace casi dos meses pidiéndole el divorcio al mismo tiempo, lo que destruyó sus ilusiones y proyectos.

Pero él jamás habría matado a nadie, y mucho menos a Carlos, de cuyo asesinato se lo acusaba. Nunca habría sospechado tal cosa de su mejor amigo a pesar que el propio abogado le comentó
que había indicios en su contra y un claro móvil pasional en el crimen. ¿El asesino de Carlos? No podía entender la acusación, si era más que un amigo, casi mi hermano, nadie más que él sufrió al enterarse la noticia, encargándose personalmente por pedido familiar de los trámites funerarios y
legales que las características particulares del caso exigían.

¿El asesino de Carlos? Si todo lo vivieron juntos, infancia, adolescencia, juventud...

Las “hazañas del colegio secundario” que posteriormente recordarían entre carcajadas y cervezas. El apoyo mutuo en distintas etapas de la vida ante “amores no correspondidos” o materias “injustamente desaprobadas”.

¿El asesino de Carlos? Que justamente ocupaba el lugar de privilegio entre sus más queridos amigos y mucho más entre otros afectos que rodeaban su vida.

Se preguntaba que le diría Carlos ante la vivencia que atravesaba, tal vez: “Pedrito, estuvimos en otros difíciles momentos juntos y saldremos de esta, tené paciencia”; extrañamente el pensar en su amigo hizo que una sensación de libertad invadiera su corazón, extrañamente ya no sentía dolor y lo imaginó sentado a la mesa en aquel bar que frecuentaban diciéndole: Pedro todo el mundo conoce la fuerza de nuestra amistad, forjada durante años, en las buenas y en las malas,
fundamentada en códigos varoniles y mutua fidelidad”. “Por supuesto le respondía-, cuando a uno le gustaba una piba, el otro se borraba y eso que los dos éramos ganadores” “Por supuesto -dijo Carlos-, no había espacio para la discusión por trabajo, estudio y mucho menos por mujeres”.

“Solamente en fútbol, para colmo vos eras de River y yo soy de Boca... “Seguramente en el juicio todos los que nos conocían estarán de mi partedando su testimonio” y agregó “es una lástima que este diálogo no sea real, vos estas muerto y yo preso, sin embargo olvidé los dolores y el sufrimiento”.

“Estas equivocado -dijo Carlos-, este diálogo es real”. Un sonido sordo y metálico indicaba que el guardia había cerrado la puerta de la celda. Cuatro enfermeros habían trasladado hacía media hora el cuerpo de Pedro a la morgue