Bienvenido !

Un relato por dia. Envia el tuyo a castillo@diariohoy.net
Extensión sugerida 5000 caracteres.


Las opiniones vertidas y/o contenidos de los cuentos son exclusiva responsabilidad de los autores. Siempre Noticias S.A no se hace responsable de los daños que pudieran ocasionar los mismos

lunes, 24 de marzo de 2008

Cobarde


Por Marcos Zocaro (*)



El chalet de Ernesto Linares era, sencillamente, imponente. Hasta en el mínimo detalle se notaba la guita que facturaba aquel abogado de aspecto pulcro y fama de tránfuga. Yo estaba seguro, segurísimo, de que, además de tener sus abultadas cuentas desparramadas entre diferentes bancos, Linares guardaba bastante plata en la casa (sin contar las joyas que debía tener su mujer); así que, aunque yo ya no contaba con la compañía del ¿chango? Cordera (en la cárcel de por vida), me decidí a actuar.

Una lluviosa noche de fines de noviembre, justo al terminar de entrar su auto al garaje, Linares se cagó hasta las patas al verme a mí, de pie frente a él y apuntándole con una pistola. Su cara de
pánico era para sacarle una foto. Amenazante, le dije que no hiciera nada estúpido y entrara a la casa. Yo ya sabía que adentro estaba la esposa, por lo que todo sería más fácil: la mujer entraría en pánico y Linares, temeroso de que ella sufriera algún daño, entregaría el dinero
sin problemas. Pero lamentablemente me estaba equivocando.

Ingresamos por la puerta principal. La señora Linares (una rubia elegante de más de cincuenta años) se hallaba leyendo una revista en uno de los enormes sillones del living: apenas levantó la
cabeza, saltó del sillón como si éste tuviera resortes, y acto seguido permaneció rígida en el lugar. Ni siquiera atinó a abrir la boca ni a pestañar.

-No se mueva y todo saldrá bien- le advertí, por las dudas.

Luego, en un intento por parecer más rudo, tomé al abogado por el cuello y lo tiré hacia adelante. El y la mujer quedaron hombro con hombro; parecían dos estúpidos muñequitos de torta.

-¿Dónde está la plata? Decime porque te quemo-. Apunté a Linares. Y de inmediato, el sujeto comenzó a llorar y a repetir una y otra vez:

-Por favor, no nos haga daño. Por favor. Fue en ese momento, cuando el rostro de la mujer se transformó y sus ojos dejaron de mirar fijo la pistola y se posaron sobre su marido.

-¿Llorás?- le preguntó incrédula- Esto es el colmo. Sos un puto cobarde. Tenés agallas para golpear a una mujer, pero te asustás como una nena cuando debés comportarte como un hombre. Cobarde. Mientras tanto, Linares continuaba con su llanto, ahora un poco apagado, y
con sus súplicas hacia mí. Y yo empezaba a divertirme.

-¿Sabe una cosa?- De golpe la mujer me miró y avanzó unos pasos-. Este desgraciado me golpea, me mata a palos-.

Se arremangó el pulóver y me enseñó los moretones de sus brazos. Después hizo lo mismo con su torso. Aquel tipo sí que era una basura. -Hasta amenazó con matarme si lo denunciaba. Eso sí,
nunca me pega en la cara: es hijo de puta pero no imbécil, no me va a dejar marcas visibles.

La mujer estaba completamente sacada, se había olvidado del asalto y sólo se dedicaba a deschabar a su esposo golpeador, como si yo no fuera un ladrón sino un juez o un policía. Sin embargo, eso era sólo una cortina de humo: sin darme tiempo a reaccionar, y entre insulto
e insulto al marica de su marido, se me acercó lo suficiente como para arrebatarme el arma de las manos.

-Ahora usted no se mueva- me dijo, seria y poniéndome en su mira. Luego me tranquilizó-: No lo voy a matar... a usted.


Al terminar de decir eso, se dio vuelta y adornó el pecho de Linares con tres tiros.

-Gracias- me dijo con una sonrisa en su rostro, como si yo la hubiera ayudado a liberarse de una carga muy pesada.

-¿Y ahora qué hace?- le pregunté, atónito, al verla dirigirse hacia la pared más lejana y tocar un botón en el tablero de la alarma.

-Acabo de apretar el “botón de pánico”. La policía vendrá en menos de cinco minutos.

Creyendo que me alertaba para que escapase, giré hacia la puerta y comencé a huir. Pero, otra vez, me estaba equivocando.

-No le dije que se mueva-. Nuevamente tuve la boca del arma dirigida hacia mi cabeza.

La miré desconcertado y ella me adivinó el pensamiento:

-Vamos a esperar en silencio a que llegue la policía- dijo.

Y eso hicimos. Esperamos de pie en medio del living, con el fiambre de Linares sumergido en una laguna de líquido rojo a escasos metros. Hasta que se oyeron los ruidos de varios autos deteniéndose en la puerta. Y de repente, todavía aferrando la pistola, la mujer comenzó a
gritar con fuerza:

-No me mate, por favor, no me mate.

Y cuando varios uniformados ya habían saltado la reja de entrada, la asesina de Linares apoyó el arma contra su hombro izquierdo y se disparó. En ese momento no supe por qué la desquiciada mujer había hecho eso, y las armas reglamentarias que pronto me apuntaron tampoco me dieron tiempo de pensarlo; pero hoy, confinado entre estas cuatro paredes, y condenado por homicidio simple e intento de asesinato, entre otros cargos, lo entiendo muy bien.